Cada uno de los tropiezos en nuestra salud es un aviso, una alerta roja sobre algo que debemos revisar en nuestros “programas”. Cuando enfermamos, el primer impulso es acudir al exterior, pensando que sólo un agente externo podrá aliviarnos: una aspirina, una operación, un suero.
Sin embargo, investigaciones como las de los doctores Dr. Ryke Geerd Hamer, Bruce Lipton, Salomon Sellam, Helen Schucman y Enric Corbera han demostrado que el origen de las enfermedades está más relacionado con el efecto que tienen las emociones sobre el cuerpo que con circunstancias fuera de nosotros.
Decía Jung que “la enfermedad es el esfuerzo que hace la naturaleza para curar al hombre”. En efecto, para la bioneuroemoción, las enfermedades son programas biológicos que dan respuesta a un conflicto que la mente no ha podido resolver. Esto ocurre porque la mente no logra diferenciar los sucesos que ocurren en realidad con los que “ella cree que ocurren”, por eso los shocks emocionales afectan la psique de forma inconsciente y se manifiestan como enfermedades.
La bioneuroemoción se encarga de revisar el impacto que una experiencia traumática no expresada, cuya energía quedó atrapada en nuestro cuerpo, se está manifestando a través de una dolencia. A diferencia de otras corrientes, en la bioneuroemoción todas las referencias son biológicas. Cada parte del cuerpo tiene un rol, el trabajo de esta terapia es encontrar la relación entre la función vital que cumple el órgano afectado por la enfermedad con alguna emoción escondida que se haya vivido a solas y que haya impactado dicha función (shock).
La terapia busca acompañar al paciente en el descubrimiento de la emoción oculta que se codificó biológicamente, para liberarla en el inconsciente y transformarla, permitiendo la cura. Por ello, la bioneuroemoción como terapia tiene alto contenido espiritual y está siendo aceptada por escuelas formales de medicina. Se trata de unir a la ciencia y a la espiritualidad con el objetivo de sanar.
Sin embargo, en esta terapia no hay recetas mágicas. Así como cada cuerpo es único, cada paciente tiene experiencias de vida muy particulares que podrían estarse manifestando físicamente de manera compleja. Por ello, el terapeuta siempre sitúa la enfermedad en su contexto emocional, revisando su relación con el entorno. De esta forma, cuando el paciente concientiza su dolencia y la relaciona con un proceso emocional por sanar, las mejoras suelen ser no sólo rápidas sino efectivas.
Es un hecho, al sanar las heridas internas todas las medicinas exteriores empiezan a funcionar. Al cambiar el foco de la atención y concientizar qué proceso emocional me condujo hasta la enfermedad, se logra cambiar el paradigma y se inicia el camino hacia la salud plena.